Las rabietas son una de las experiencias más desafiantes de la crianza. Gritos, llanto, a veces incluso pataletas en plena calle... puede parecer que todo se descontrola. Pero ¿y si te dijera que detrás de cada rabieta hay una necesidad no satisfecha? La disciplina positiva nos invita a mirar más allá del comportamiento y responder desde la conexión, no desde el castigo.
¿Qué es realmente una rabieta?
Una rabieta no es una manipulación, ni un intento de hacerte perder la paciencia. Es una manifestación externa de una emoción intensa que un niño aún no sabe regular. En otras palabras, su cerebro está en modo “alerta roja” y necesita ayuda para volver a un estado de calma.
Los niños pequeños aún no tienen desarrolladas las habilidades para manejar la frustración, el cansancio o el miedo. Cuando su mundo interno se desborda, lo muestran a través del cuerpo: llorando, gritando o tirándose al suelo. Es su forma de decir “necesito ayuda con esto”.
Conexión antes que corrección
Uno de los principios clave de la disciplina positiva es que los niños se portan mejor cuando se sienten mejor. Por eso, antes de intentar razonar o corregir, es fundamental conectar emocionalmente con tu hijo. Esto no significa ceder a todo lo que pide, sino acompañarlo desde la empatía.
Frases que ayudan en medio de una rabieta:
- “Estoy aquí contigo.”
- “Veo que estás muy enfadado, es difícil cuando las cosas no salen como queremos.”
- “Respiremos juntos, yo te ayudo.”
Estas frases no apagan la rabieta de inmediato, pero envían un mensaje de seguridad: “No estás solo. Tus emociones son válidas. Estoy contigo.” Y eso, con el tiempo, construye un vínculo de confianza profundo.
Lo que puedes hacer (y lo que no)
Sí:
- Mantén la calma (tu serenidad regula su tormenta).
- Ponte a su altura y establece contacto visual si es posible.
- Valida la emoción (“entiendo que estés frustrado”).
- Ofrece presencia sin invadir (“te abrazo si quieres”).
- Espera a que pase la tormenta para hablar.
No:
- Gritar o ridiculizar (esto rompe la conexión y aumenta la tensión).
- Mandarlo solo a “calmarse” sin acompañamiento.
- Amenazar con castigos (“si sigues llorando, te quedas sin...”).
Después de la rabieta: el momento de enseñar
Una vez que el niño se ha calmado, su cerebro está nuevamente disponible para aprender. Ese es el momento ideal para conversar:
- “¿Qué crees que podríamos hacer la próxima vez que te sientas así?”
- “¿Quieres que pensemos juntos en una solución?”
Este diálogo post-rabieta es oro puro: le enseña habilidades emocionales, fomenta la autorregulación y fortalece la relación.
Recuerda: no es personal
Cuando tu hijo tiene una rabieta, no lo está haciendo “contra ti”, lo está haciendo delante de ti, porque se siente lo suficientemente seguro para mostrarse vulnerable. Y eso, aunque duela, es un regalo: te ve como su refugio.